El extraordinario conflicto que hemos vivido esta semana en SEAT (y en Nissan) no ha despertado demasiada atención en los medios sindicales. Ningún blog se ha hecho eco de los sucesos, y la información de las webs sindicales ha sido más bien de un perfil bajo. La repercusión ha sido muy diferente en los medios de difusión generalistas, donde la covertura informativa ha estado a la altura de los acontecimientos de mayor transcendencia. La noticia sin duda, era de primera página: una huelga ilegal en la mayor empresa privada del país, con lo cual habría que hacerse una primera pregunta antes de continuar: a qué responde el mutismo de las tres grandes centrales nacionales. Dejaremos este punto para otro momento o para otros doctores, pues la inquietud principal de este artículo responde a la voluntad de reflexionar sobre el hecho que ha motivado el conflicto, a saber, los despidos indiscriminados pasando por encima de la concertación social de décadas de relaciones laborales.
Para nosotros/as tanto los despidos de SEAT, como los sucesos de Nissan (donde se han violado los acuerdos del ERE temporal) no constituyen un hecho aislado o trivial en las relaciones laborales sino que representan la evidencia clara de la transformación de las relaciones socio-económicas. Identificar un cambio en la evolución de una sociedad es una tarea compleja que siempre se da a posteriori. Las disciplinas sociales han experimentado una avance enorme que permite que cualquier cambio social sea diseccionado y analizado casi en tiempo real, otra cosa es su trasposición al conjunto de la sociedad y su incorporación al acerbo político como medida de progreso o de conservación del orden establecido, que suele hacerse con muchos años de retraso.
Sobre las relaciones sociales, la sociología del trabajo lleva lustros identificando las mutaciones que han desvirtuado el modelo de producción fordista, alterando las relaciones de fuerza entre los agentes sociales, anulando las estrategias de presión y cambio del mundo de trabajo y reforzando y blindando las capacidades de control de las clases dominantes. No hace falta ser cintífico para ver las dinámicas económicas que han destrozado el espinazo de las organizaciones obreras: descentralización de las unidades productivas, ubicación de las cadenas de montaje en el territorio, flexibilidad de la organización empresarial, aparición de formas contractuales atípicas, desaparición del estado de la esfera reguladora en la economía y en el trabajo; sólo hace falta trabajar a pie de fábrica para comprobar como los sindicatos han dejado de ser un agente indispensable con derecho de veto a un mero espectador con derecho de audiencia. Pero apercibirse de los cambios cuesta, porque la inercia de los grandes movimientos que presidieron los momentos históricos precedentes ejercen una inusitada presión para que no se ponga en cuestión su falta de iniciativa y se mueven con una cadencia de paquidermo para convencer que las decisiones que se toman son las únicas posibles en el mundo en el que vivimos. En esta situación de debilidad que arrastramos, al menos desde las derrotas sindicales de las reformas de los años noventas, los despidos de la SEAT han venido ha demostrar con toda crudeza el cambio de época, una época donde la interlocución sindical se sigue dando por la funcionalidad del sistema económico general, pero no por la amenaza intríseca de una propuesta propia del movimiento obrero.
Los despidos de la SEAT son el ejemplo más claro de la pérdida de credibilidad de la clase patronal sobre el movimiento sindical. Todo lo que pasa en la empresa de Martorell, marca de alguna manera la dirección de las relaciones laborales en el país, y por extensión en el resto de Estado. Por ello, el hecho de despedir de la manera en que lo han hecho -como lo hicieron en marzo del 2009 en nuestra empresa- demuestra hasta qué punto los empresarios desprecian a los sindicatos. Se podría decir que la idea de despedir sin más a 300 trabajadores/as directivos (como si el hecho de ser directivos validara la injusticia de un despido) era simplemente la apuesta del nuevo presidente ejecutivo por comprobar el nivel de resistencia de los sindicatos catalanes. Pero esta idea lejos de ser concluyente, reafirma la tesis de la descomposición del sindicalismo confederal: no se puede decir que a un presidente ejecutivo le hayan asesorado mal, el tal James no sé qué, sabía perfectamente a qué se enfrentaba, no por nada todos/as sabemos que los sindicatos federales del Metal de UGT y CCOO de Catalunya no son otra cosa que las secciones sindicales de SEAT. Si el nuevo presidente de SEAT decidió desde el primer día lanzar un órdago sobre el núcleo de los sindicatos catalanes es porque estaba bien informado sobre su debilidad.
Que en la principal empresa industrial de Catalunya despidan como se hace en casi todas las Pymes no es sino la muestra clara de la quiebra del modelo sindical imperante en Catalunya, la evidencia de que no se respeta ni al mayor bastión obrero organizado del país. Mucho de esto tiene que tener el silencio medido de las centrales y la respuesta fulminante en forma de paro espontáneo (¿espontáneo?) en los centros de trabajo y la consiguiente huelga sin convovatoria legal. Las secciones sindicales y el Comité han respondido con una inusitada fuerza (y tan temerosas de la ley, con acciones ilegales) conscientes que era su propio papel en la sociedad el que estaba en juego. La soberbia de los dueños de Volkwagen llegaba hasta el punto de mandar a dos abogados de medio pelo a la mediación con... La Generalitat, en un ejemplo del desprecio del que, por ejemplo nuestra empresa, JFP-Troll nos dispensa a diario.
Los ejecutivos se ha visto obligados al final a pactar. Para los sindicatos de SEAT ha sido una victoria pírrica que ha reforzado la gerencia de su empresa. Cuando se trataba un conflicto de principios sólo servía una salida que reconociera la injusticia de los despidos y la readmisión inmediata de todos/as, porque ahora el acuerdo de una readmisión a un año vista con innumerables condiciciones, sólo ha hecho ver a la empresa que se ha equivocado en las formas. La empresa sólo tiene que evitar enfrentamientos frontales y seguir la evolución natural que va desposeyendo a los sindicatos de la fuerza que han atesorado durante décadas.
Las situaciones que se han vivido en la SEAT y en Nissan son la evidencia más clara de la debilidad del movimiento sindical catalán. Las estructuras organizativas sindicales responden a una realidad social que hace años que no existe, y el aumento aritmético de delegados sindicales (delegados de personal y delegados de Comités) año tras año, es sólo comparable a la merma exponecial de influencia en el conjunto de la sociedad. Hace falta una reflexión profunda para averiguar como se puede armar de nueva forma el mundo del trabajo para intentar aprehender un mundo de subcontratas, de empresas de servicios, de empresas de trabajo temporal, de internacionalización de la producción, de desregulación del garantismo del derecho laboral (está al caer con la reforma laboral) que se escapa como la arena en las manos; cómo reorganizar una asociación que conecte con el común de los trabajadores, con el fin de escapar del futuro que nos tiene reservado el Estado liberal, la jaula de oro de la representación institucional, un lugar lleno de ministros, consellers que nos llevará, sin embargo, a la marginalidad.
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